¿Te has enfrentado alguna vez a un duelo? Seguro que sí, lo más probable es que en algún momento de tu vida hayas experimentado la muerte de un ser querido. Pero no solo eso, ¿cuántas veces has sentido que perdías algo de gran valor para ti, aunque a los demás pareciera no importarles demasiado?
Una mudanza de casa, un cambio de residencia a otro país, la pérdida de un empleo, o de una amistad, la ruptura de una relación, o incluso dejar atrás un sueño, un ideal. Cada una de estas situaciones nos pone en contacto con el duelo, esa experiencia universal que todos enfrentamos en algún momento de nuestras vidas, y para la que, sin embargo, sentimos que no tenemos las herramientas necesarias para abordarlo.
Te invito a que te hagas dos preguntas concretas relacionadas con el duelo, como una manera de ayudarte a desplegarlo, conocerlo mejor, y en esa medida, estar en mejores condiciones para lidiar con él.
Primera pregunta: ¿estoy actualmente viviendo algún duelo? Te parecerá obvia la pregunta, pero no lo es. Con frecuencia, estamos inmersas en las sensaciones de duelo y, sin embargo, como no nos damos permiso para vivirlo, lo arrinconamos en nuestra mente y ni siquiera somos capaces de admitir que sí, que estoy en duelo. Y esto se produce especialmente ante pérdidas que pueden parecer un poco ridículas: me han cambiado de jefe, una persona con la que me sentía compenetrada, escuchada y valorada. Me han cambiado de departamento, y me siento perdida, con gente nueva, y sin saber cuál es mi lugar. A mi marido le han trasladado de sede, y nos mudamos a otra ciudad. Mi mejor amiga se acaba de casar y se va fuera del país. Ayer me robaron, y he perdido el broche de mi abuela…
El duelo está directamente relacionado con conceptos como la pertenencia, el vínculo y el apego que sentimos hacia las personas, lugares o cosas que valoramos en nuestra vida y que perdemos en un momento dado. Cuanto mayor el vínculo, el apego o la sensación de pertenencia, mayor el dolor que nos causará esa pérdida.
Segunda pregunta: ¿Qué hacemos con ese dolor, especialmente cuando resulta tan abrumador y profundo que nos sentimos incapaces de asumirlo?
El duelo es un proceso de reconstrucción y transformación que nos desafía a atribuir significado al dolor de la pérdida y a nuestra propia identidad. Aunque no podemos elegir esas situaciones que nos colocan frente al duelo, sí podemos decidir cómo lo vivimos. Es decir, podemos elegir cómo enfrentar y procesar el duelo.
Es importante señalar que existen una serie de etapas clave para abordar el duelo como una oportunidad de crecimiento.
La primera etapa, es aceptar la realidad de la pérdida. Es importante aceptar de manera activa, tanto intelectual como espiritualmente, la realidad de la pérdida. Esto implica reconocer que la pérdida ha ocurrido y que no podemos cambiar ese hecho.
El segundo paso es trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: el duelo implica un aspecto emocional profundo y una oportunidad para la autoconciencia. Es importante permitirnos sentir y expresar nuestras emociones de manera saludable, ya que esto es esencial para nuestro proceso de sanación.
La tercera etapa es adaptarse a la ausencia: a medida que enfrentamos la ausencia de la persona, cosa o situación que hemos perdido, debemos aprender a adaptarnos a un nuevo contexto social, y de actividades. Esto puede requerir modificar y reorganizar nuestras rutinas y hábitos.
Y, finalmente, es necesario “recolocar” emocionalmente al otro: en última instancia, el proceso del duelo nos lleva a reposicionar emocionalmente a la persona o situación perdida en nuestra vida, y continuar viviendo de manera integral. Esto no significa olvidar, sino encontrar un lugar apropiado para esa pérdida en nuestro corazón y en nuestra mente.
El duelo no es un proceso que se pueda apresurar, y es diferente para cada persona. Pero con el apoyo adecuado y la disposición para explorar nuestras emociones y pensamientos más profundos, puede convertirse en una experiencia transformadora que nos ayude a avanzar hacia una vida más plena y consciente. El duelo nos pone en contacto con nuestra propia humanidad y vulnerabilidad, y puede ser un punto de partida para un viaje de autodescubrimiento y de crecimiento espiritual.
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