Te pregunto qué tres cosas te preocupan ahora mismo. Y me dices que, aparte de las cosas pequeñas del día a día, lo que te inquieta es el apego que sientes hacia tus hijos. Esa sensación de que ya no te necesitan como cuando eran pequeños, aceptar que ya están trabajando, que tienen sus propias vidas, que se van alejando. Y, aunque sabes que es natural, hay una parte en ti que se resiste, que no quiere dejarlos ir, que se opone.
Un segundo tema que te preocupa es la incertidumbre, has dejado un trabajo seguro pero monótono, y te has puesto a completar tus estudios. Tienes claro que quieres progresar, has aprobado los exámenes, ya tienes tu título, pero no sabes muy bien lo que te espera, si se van a cumplir tus sueños, y cómo será esto que se abre frente a ti.
Y, finalmente, me comentas que te vas dando cuenta de que cumples años, o, mejor dicho, tu cuerpo te lo recuerda cada vez que te miras al espejo. Todavía te sientes joven, pero ya no es lo mismo, observas que tienes que descansar más, que tus energías son más limitadas, sin duda el proceso de envejecimiento se ha hecho presente.
Te escucho, y la primera reflexión que me llega es que estos tres aspectos están relacionados con lo mismo: el miedo al cambio. Miedo a fluir, a permitir que la vida siga su curso, aunque no sepamos cuál será el camino que tome ni el destino al que nos conduzca.
Miedo a perder esa zona cómoda, conocida, familiar, donde nos sentimos seguras, ya sea en el entorno familiar, en el trabajo o en nuestras relaciones personales.
El síndrome del nido vacío lo conocemos todas, pero es diferente leer sobre el mismo que enfrentarse a él, y, sobre todo, hay que empezar por reconocer dónde estamos cuando ese momento llega. Si coincide que he dejado a mi pareja, estoy sola, o vivo en una relación de pareja sumida en la monotonía, que no me satisface ni me ilusiona, entonces el panorama es diferente. Pareciera como si el nido vacío fuera más grande, más pronunciado, más tenebroso…
Porque no es lo mismo mirar el nido vacío abrazada a tu pareja y compartir los miedos, los temores, las incertidumbres, que hacerlo sola, o sentir que estás sola.
En lo más profundo, si nos detenemos a observarnos, a escucharnos, lo primero a lo que nos enfrentamos es con el miedo al cambio. Y con el cambio, el temor a no saber, a no ser lo suficientemente buenas, miedo a quedarnos solas, a envejecer, y en lo más profundo, a que no nos quieran ya. Y no cabe duda de que el miedo va asociado a pensamientos negativos. Porque también podríamos tener miedo al exceso de éxito, a no tener tiempo de atender todas las amistades que vamos encontrar por la vida, a no saber gestionar toda la cantidad de dinero que voy a conseguir… Pero no, el miedo por lo general se asocia con pensamientos de escasez, de soledad, de inseguridad, de abandono… y nos paraliza sin que seamos capaces de pensar en nada positivo.
Pero, veamos qué pasaría si tuviéramos una varita mágica para impedir el cambio. Cómo sería seguir teniendo a nuestros hijos adultos en casa, sin trabajo, sin sus parejas, sus viajes, sus proyectos, sus sueños… O cómo sería tenerlos en casa sin su propio espacio, sus responsabilidades, sus contextos que gestionar…
Cómo sería seguir para el resto de nuestras vidas en el mismo trabajo, cómodo, seguro, pero sin un ápice de entusiasmo, sin ilusión por aprender cosas nuevas, por cambiar, transformar esa manera de cumplir con nuestras tareas, o incluso cambiar de objetivos…
¿Cómo sería continuar anclados en la eterna juventud, esa a la que tanto se aspira? Y con ello, renunciar a la sabiduría, la tolerancia, el saber estar, la reflexión que nos dan los años y que se hace posible desde el declinar físico de este cuerpo que, quizás pierda tersura, pero gana en disponibilidad, que se ha rendido al tiempo para abrazar la calma, la serenidad…
La Vida es cambio, es movimiento constante, tanto es así que el rey del océano, el tiburón, cuando queda inmovilizado, atrapado por ejemplo en una red, muere asfixiado, porque solo puede respirar en movimiento. ¿Os habéis fijado qué ocurre cuando el miedo nos paraliza? Dejamos de respirar.
El ser humano crece, aprende, evoluciona con el cambio. Un cambio acelerado en los primeros años de vida, y más lento, aunque no menos profundo a medida que comenzamos a hacernos conscientes de nuestra propia vejez.
El cambio nos mantiene vivos, alertas, despiertos. El cambio nos invita siempre a movernos, a seguir el camino, a decirle sí a la Vida. El cambio es promesa, es futuro, pero también es presente.
Así que te invito a que te observes con estos ojos nuevos del cambio, a que lo conviertas en tu gran aliado. Te invito a que comiences a contar y contarte la gran cantidad de cosas buenas que el cambio te va a traer y te está trayendo a tu vida: hijos con trabajo, parejas, proyectos de futuro… Un trabajo nuevo con retos y sorpresas para seguir aprendiendo, creciendo y haciendo realidad tus propios sueños. Y, un cuerpo que te sigue hablando, cada vez desde un lugar nuevo, con arrugas, canas, algún que otro achaque... pero con la sabiduría y el saber estar de quien, siempre atenta y presente, lleva la cuenta de todas y cada una de las sorpresas que nos depara la Vida. ¿Hay acaso alguien que te conozca mejor? Entonces, quizás merezca la pena sentarse un rato, ponernos cómodas, respirar en la calma, y comenzar a escuchar a tu mejor aliado: tu cuerpo.
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